será un librito (Tejeda 2009. Es decir: made in Córdoba, "all rights reserved") impreso con una linda encuadernación; mientras tanto, irá apareciendo por entregas cuando el tiempo me de ganas de subir las fotos y los dibujos que poco tienen que ver con el texto ...

27 may 2010

Pero la tarde con otitis...


Como los viejos y los niños, releemos aquellos libros que nos permiten mecernos y soñar con un tiempo suspendido. Recuerdo haber leído por primera vez El Principito durante mis primeras vacaciones escolares. Cada año el inicio de la temporada de pileta traía una serie interminable de dolores de oído. Mi abuelo había ofrecido cuidarme el tiempo que durara la infección inicial, que solía ser siempre la más dolorosa pero dejaba los implementos necesarios para curar las que sobrevendrían con una frecuencia de diez a veinte días. Con el tiempo aprendí a administrarme la cura en secreto para no perder el permiso de entrenar por las mañanas con el equipo de natación.

Mi abuelo era de un tiempo anterior a la capa de ozono y no sabía nadar. Tampoco creía que la siesta fuera el mejor horario de pileta. En los días de calor, eran pocas las veces que lograba dormir. Había consagrado la mañana a visitar las librerías del centro y, al parecer, todas estaban cerradas. Finalmente, en la biblioteca le habían prestado el libro para que hiciese fotocopias y llegó pasado el mediodía con fibras de colores y un folio de hojas grises con una cartulina azul abrochada en las tapas. Todavía conservo aquella versión de El Principito. La releo comparando los dibujos del original con los colores establecidos en una edición impresa que compré, hace ya algún tiempo, cuando, con un poco más de suerte, decidí emprender yo mismo el recorrido por las librerías.

Pudo haber sido entonces que, viendo al vendedor abrir las cajas llegadas esa mañana, recordé aquel almanaque mezclado entre las copias. Al parecer, esos almanaques todavía circulan. En un documental por Internet vi que los imprimen lejos y luego, los distribuyen por barco o avión, no recuerdo. La verdad, como creí que habían dejado de existir dejé al mismo tiempo de buscarlos.

Y no puedo saberlo con seguridad pero es probable que aquel asunto influyera en el hábito de la relectura. Costumbre lamentable, ciertamente, si se piensa en los pocos libros que leí, y en cuántos vivo perdiéndome de leer. Igualmente, me confunde pensar que los libros sean cosas que se pueden contar… El almanaque nos gustaba leerlo juntos para marcar por anticipado los días en los que tendríamos luna llena. Nos ayudábamos así a recordar desde agosto qué noche de diciembre era que debíamos estar atentos y mirar el cielo. Mi abuelo era contemplativo y como no solíamos hablar mucho, los chistes que venían en el almanaque me gustaba que me los leyera en voz alta. Yo iba aprendiendo rimas y algunos refranes que él riendo había creído olvidar.

Pero la tarde con otitis debe haber notado que yo estaba muy dolorido y lo dejó sobre la mesa de luz, sin ojearlo siquiera. Ya se sabe que ante un niño dolorido todas las aguas del mundo se vuelven llanto. Sólo quienes han sufrido a causa de una otitis conocen la extraña facilidad con que las risas se transforman en un tintinear dulce, sutil pero doliente. Por suerte, tardes hay a las que el día despierta para acunarnos con el brillo cálido de pequeñas voces. Voces que, como el mar atrapado en los caracoles, transportan las lágrimas hasta volverlas un ensueño ligero y diáfano. ¿Hasta dónde nos dejaríamos llevar por las voces de esas aguas que traen en sus balanceos la invitación a embarcarnos en viajes imaginarios?

Comencé a pintar las copias de los dibujos de El Principito hasta quedarme dormido, recostado de lado pues debía mantener el cuello en posición horizontal para que las gotitas actuaran en el oído. Con las persianas a media asta, los pocos rayos de sol que lograban entrar en la habitación quedaban atrapados en los labios de mi abuelo que acostumbraba siempre murmurar alguna canción mientras leía.

Desperté entreviendo la silla en mitad del cuarto. Mi abuelo sonreía y era tranquilizante saber que podíamos entendernos en silencio. Al notar mi mejoría me enseñó las fotos en el libro que estaba leyendo. Eran retratos. Algunos tenían el rostro pintado. Otros casi no llevaban ropa. Había gente remando en canoas. Instrumentos que parecían flautas. Cosas de barro, como vasos pero más grandes. Se parece a alguien que yo sé, dijo bromeando. Mi abuelo había estado leyendo Tristes Trópicos, y me enseñaba las fotos del libro sabiendo que si reía, entonces, estaba curado.

(El mito psicofisiológico)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesting blogpost to my mind. Thank you a lot for posting that info.

Greg Franplou
gps blocker

Anónimo dijo...

Nice info at least I think so. Thanks a lot for providing that data.

Greg Davidson
escort girl milano

Datos personales

Seguidores