Un niño se evade del asteroide B 612 en una migración de pájaros salvajes y un aviador apodado “comandante de los pájaros” por los moros de Cabo Juby cruza el cielo a una velocidad de quinientos kilómetros por hora. Entretanto, un joven antropólogo decide cruzar el atlántico para transitar junto a una tribu desconocida la iniciación de su carrera profesional. Parece poco probable que sus trayectorias se crucen. Y sin embargo, El Principito testimonia ese instante fugaz en el que dos imaginarios de velocidades distintas se encuentran; y, en relación con Tristes Trópicos, tanto Lévi-Strauss como Saint Exupéry parecen enfrentar un mismo desafío: captar un instante en la trayectoria de un nómada.
En una de las cartas que introducen el libro Fantasmas. Imaginación y sociedad, Daniel Link señala: “Lévi-Strauss escribe melancólicamente sobre un dispositivo perdido y esa melancolía se lee en Tristes Tópicos como la necesidad de inventar un nuevo dispositivo: el estructuralismo, según el cual todos los mitos, todos los comportamientos, todas las reglas forman parte del mismo juego. Tensando la cuerda: de la misma fantasmagoría.”
Quizás constituya un tópico del relato de viaje la situación del viajero que asiste a la aparición de una presencia espectral. Juego de rayos solares sobre el mar o martirio de la deshidratación, todo viaje programa su detención al atardecer. Entonces, los viajeros se recrean viendo el simulacro de indecisión con el que el cielo oculta el preciso mecanismo de relevo de sus ciclos calendáricos.
Crecer como etnógrafo o crecer abandonando el cuerpo infantil: traslados por una zona crítica con las sombras largas del ocaso auspiciando el transe imaginario que suspende todo movimiento. En Tristes Trópicos y El Principito, la imagen que reúne a los viajeros es el relato de una puesta de sol. Apliquémonos, en principio, a la reconstrucción del ciclo solar en el momento inmediatamente anterior a que la luna inicie su propio ciclo.
En De cerca y de lejos, Lévi-Strauss comenta que le habría gustado ser un autor dramático y que esa pudo haber sido la razón que lo llevó a presentar Tristes Trópicos como “una síntesis de lo que había hecho hasta entonces. Y también de cuanto veía o de todo aquello en lo que soñaba” . Refiere además un proyecto de novela que abandonó rondando las treinta páginas acerca de un fotógrafo que hacía creer a los indios que sus dioses volvían a la tierra. El título Tristes Trópicos y las páginas que describen la puesta de sol introducían aquel proyecto de novela. Se trata de un pasaje bellísimo en el que la narración intenta capturar en la descripción de las imágenes solares hasta el más exiguo detalle. La belleza del fragmento justificará que lo citemos copiosamente.
“Nada hay nada más misterioso que el conjunto de procedimientos, siempre idénticos pero imprevisibles, que usa la noche para suceder al día. Su signo aparece súbitamente en el cielo, acompañado de incertidumbre y de angustia. Nadie puede predecir la forma que adoptará esta vez, única entre todas las otras, el surgimiento de la noche. Por una alquimia impenetrable, cada color llega a metamorfosearse en su complementario, cuando sabemos bien que, en la paleta, sería imprescindible abrir un nuevo pomo para obtener el mismo resultado. Pero para la noche, las mezclas no tienen límite, pues ella inaugura un espectáculo fantasmagórico: el cielo pasa del rosado al verde; es porque no he visto que ciertas nubes se han vuelto rojo vivo, y así, por contraste, hacen aparecer verde un cielo que era completamente rosado. (…) La noche se introduce por superchería.”
El tránsito entre el día y la noche recuerda el paso de la naturaleza a la cultura, sin el cierre estructural a sus posibilidades combinatorias. O el pasaje igualmente misterioso entre el pensamiento concreto y la ciencia.
Eclipse de Sol. Fotografías de Warren de la Rue, 1860.
Con la llegada de la noche, en cambio, el recorrido del viaje se pliega. Como si la oscuridad enlazara las distancias con la espera; hacia el capítulo VII de la Segunda Parte, el tiempo parece concentrarse y se torna dificultoso aprehender el movimiento del barco. Navegando de noche, cuando al despertar del sol Lévi-Strauss sube a cubierta, cada día lo sorprende anclado en un puerto diferente. Curiosamente, en una carta a su madre, Saint-Exupéry había apuntado la misma sensación: “Hace falta mucha imaginación para darse cuenta que estás en un barco. Ningún ruido, un mar de aceite” . Al parecer, el agua de la noche envenenada por la luna ofrecería a la escritura el medio más adecuado para ordenar los recuerdos en el relato de un viaje inmóvil. Como el rostro de Narciso inundándose de estrellas, ante la mirada de los viajeros el agua se transmuta en cielo. Y el movimiento ya no se insinúa al sentido de la vista como una simple percepción; ahora el navegante lo experimenta como una vibración de su cuerpo inducida por el trepidar mudo de las máquinas y de las olas.
Boceto original de Saint-Exupéry
Un uso particular de las fantasías de los exploradores del siglo XVI determina en Tristes Trópicos la selección léxica “Indios” que permite confundir los trópicos orientales y occidentales. También, con citas a los relatos de exploradores se enfrenta la evidencia impostergable de tribus diezmadas por el hambre y las enfermedades, como si las palabras de los primeros viajeros pudiesen volver las tribus al pasado.
El tránsito cultural hacia el nomadismo se articularía, entonces, mediante una “aceleración quieta” , que inicia el recorrido en un espacio cerrado (un movimiento “más permanente que la misma inmovilidad”), como en el Nautilus de Julio Verne con el que Tristes trópicos establece más de una analogía.
La zona de mayor cercanía entre Lévi-Strauss y Saint-Exupéry quizás se encuentre en sus lecturas de Julio Verne, en el tiempo universal de toda infancia. La aceleración quieta de un escenario giratorio podemos remitirla tanto al mítico instrumental de abordo (la imagen de un giroscopio, por ejemplo) como al capítulo VI de El Principito donde también el mundo se vuelve pura circunferencia, horizonte en rotación quieta. De su habitual letargo despertará el sentido sólo si el aviador comprende el pequeño cosmos que encierra la melancolía del niño. En el capítulo VI se escenifica el procedimiento por el cual todo el libro ha comenzado a expandirse, mediante un cambio de sentido en las fuerzas que preparan la evasión. Ciertamente alarmado, el aviador se interrogará: “¿Sabes?... Cuando uno está tan triste son agradables las puestas de sol. -¿El día de las cuarenta y tres veces estabas entonces tan triste?” Qué relevancia puede tener un número como no sea su función metafórica para contar la tristeza. Pues bien, cuando el Principito quiere ver una puesta de sol no hace más que orientar su sillita en dirección al poniente. Como el asteroide B 612 es muy pequeño, cada rotación insume en completarse muy poco tiempo. En relación con los otros planetas, su asteroide parece tener una velocidad de rotación mayor. La tarde que el Principio sintió una tristeza sideral, giró su sillita unos cuantos grados cada vez hasta contar 43 atardeceres. En el suelo, las cuatro patas de la sillita fueron dibujando una vuelta completa del ciclo calendárico solar. En el cielo, su mirada trazó una vuelta completa sobre el eje del horizonte. En verdad, su planeta parece girar muy rápido. El Principito vio 43 atardeceres y el aviador Saint-Exupéry tenía entonces 43 años.
“La evocación de recuerdos viejos -reflexionará años más tarde el autor- se parece a la contemplación de una fotografía”. Y en verdad, como si se hubiese impuesto el ejercicio literario de agotar el repertorio léxico de las máscaras y los semblantes, en un despliegue de luces asombroso que evoca óperas, teatros, escondido, esbozo, espectáculo, negativo, espejismo, misterio, ilusión, alquimia, el fragmento “Escrito a bordo”, tal vez pueda leerse como una postal revelándose lentamente. Mientras en secreto el día cambia de ciclo calendárico, el joven que anhela su transformación profesional asume en la escritura el desafío decisivo de fijar en el lenguaje las “apariencias inestables y rebeldes” con las que alcanzaría “lo más recóndito” de su profesión.
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